jueves, 3 de diciembre de 2009

De matriarcas

Me lleno la boca de gloria diciendo que provengo de un matriarcado; es decir, de una familia en donde generación tras generación han sido las madres quienes son las jefas de familia.
Provenir de grandes mujeres es un honor, un reto y una bendición. Mi bisabuela, Juana Torres es el ejemplo más grande de mujer que tengo, se sacrificó porque sus hijos fueran verdaderos seres humanos, era un buena cocinera, una mujer inteligente y en ningún momento fue débil.
Ella decía que si "tú comes mierda, tus hijos comen mierda contigo", refiríendose a que los hijos son responsabilidad de los padres y de nadie más.
Ignacia Hernández es sin duda mi ejemplo más grande de fortaleza, de inteligencia, de valor, de sabiduría, de amor y de mujer.
Fue la mujer más hermosa que jamás he conocido. Una mujer sabia, discreta, con carácter y con fe.
Las adversidades durante su vida nunca la detuvieron, siempre supo cómo educar a sus hijos para que supieran cómo enfrentarse a la vida.
La mejor cocinera de todos los tiempos, la mujer con la historia de amor más hermosa.
Afortunadamente, tuve la oportunidad de conocerla por once años. Ella me educó, me enseñó a ser firme en mis decisiones, a ser discreta, a ser inquieta y sobretodo a ser una torre.
Mi madre, que sin duda alguna lleva la escencia de esas mujeres y es una mujer fuerte, aferrada a sus ideales, inteligente, la mejor consejera, paciente, siempre atenta.
El formar parte de un matriarcado es sin duda un honor, vivir en un matriarcado significa ser la mejor de las madres, ser una mujer entregada, discreta, inteligente y nunca darse por vencida.
Me alegra tanto que aquellas mujeres formaron parte de amores mezquinos e insalubres.

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